El miedo es una de nuestras emociones más primarias. Suele ser entendido como algo negativo por el displacer que produce. Sin embargo nos equivocamos al entenderlo en estos términos. Simplemente cumple el papel que ha de cumplir. Cualquier emoción siempre será adecuada debido a la utilidad que conlleva para el ser humano. El problema vendría cuando esa emoción es disfuncional, pero eso ya es otro asunto (y quizás otro post).
Entonces y siguiendo el hilo argumental, sentir miedo es positivo para los seres vivos. Nos preserva a todos los niveles. Sin él nos hubiéramos extinguido ya en nuestra etapa más cavernícola. Nos habríamos expuesto a depredadores, a condiciones climáticas adversas o a cualquier otro tipo de peligro sin pensarlo dos veces.
El miedo es quizás la emoción más activadora y poderosa de todas. Tanto es así que no hace falta experimentarlo en primer grado para sentirlo. El simple hecho de escuchar o ver algo que nos asuste, desata en nuestro cuerpo los mismos efectos fisiológicos que si estuviéramos viviéndolo en primera persona. Nuestro ritmo cardíaco y respiración se aceleran, aumenta la presión arterial y se nos disparan los niveles de adrenalina.
Es tan grande el poder que confiere a nuestros recuerdos que deja una huella difícil de borrar. Por esta razón los cuentos infantiles son tan efectivos a la hora de educarnos en lo que no debemos hacer. Nos salvaguardan desde la más tierna infancia de nuestra propia inocencia. Esa maldad de ciertos personajes queda impresa en nuestra memoria haciendo que no olvidemos que hay gente y/o lugares poco recomendables donde el peligro puede estar acechando aunque nuestros ojos infantiles todavía no lo vean. Así hemos aprendido que no debemos hablar con desconocidos, que las apariencias engañan o que es mejor no meterse en sitios oscuros porque algo malo nos podría pasar al igual al protagonista de esta o aquella narración.
Ya muchísimo antes de que la literatura gótica convirtiera “el terror” en un género con la publicación de “El castillo de Otranto” (Horace Walpole, 1765) el ser humano disfrutaba con historias inquietantes. Desde esta publicación, dicho género ha seguido evolucionando hasta llegar a los actuales taquillazos en forma de series y películas, pasando por cómics, videojuegos o cualquier otra forma de manifestación cultural.
¿Por qué nos gusta tanto sentir una emoción desagradable? En realidad los estudios no evidencian que se disfrute durante la exposición a estímulos que provoquen miedo. Sin embargo si existe una cierta fascinación al observar el sufrimiento, el miedo o la muerte desde una posición segura, donde sabemos que no nos pasará nada.
Cuando vemos una película de terror sabemos que estamos en una situación lúdica. Nosotros/as mismos/as hemos tomado esa decisión y además tenemos el control. Si el miedo es demasiado intenso podemos cerrar los ojos o irnos de la sala o apagar la televisión o simplemente decirnos “es sólo una ficción”. Tenemos capacidad de acción y podemos modular hasta cuanto miedo queremos sentir.
Sin embargo, si el miedo fuera tan fuerte (como por ejemplo el que puede sentir una persona ante una fobia cualquiera) y no tuviéramos control de la situación junto con la posibilidad de escape, os aseguro que nadie pagaría por ver una película.
Piensa en lo que pasó con la versión radiofónica de La Guerra de los Mundos de Orson Welles. La gente creyó durante la emisión que Nueva York realmente estaba siendo invadida por extraterrestes. De pronto dejó de ser una ficción radiofónica y se convirtió en la realidad. Los/as radioyentes dejaron de (creer) estar a salvo y millones de personas entraron en pánico colectivo. Viendo la película o leyendo el libro homónimo es impensable que pudiera suceder algo similar.
Entonces, si es controlado ¿realmente podemos llamarlo miedo? Psicológicamente no exactamente ya que de alguna forma podemos decidir dejar de sentir la emoción, pero fisiológicamente se podría decir que estamos aterrados.
En contra de lo que se ha creído durante mucho tiempo, en la actualidad sabemos que las emociones no siempre se experimentan en estado puro y que además el ser humano puede sentir emociones contradictorias a la vez. Por ello el miedo, la excitación, la ansiedad y el placer no son incompatibles entre sí.
La respuesta que da el cuerpo a estas situaciones de peligro potencial pasan por la segregación de multitud de sustancias. Entre ellas están la dopamina (que podríamos comparar con un opiáceo que provoca euforia) y la adrenalina. Esta liberación de adrenalina y su poder adictivo es una de las explicaciones que suelen darse sobre el porqué de este gusto por el terror en algunas personas. Cuando tenemos la experiencia subjetiva de miedo, la adrenalina se libera en nuestro organismo de la misma manera en que se liberaría como si realmente estuviera pasando.
Con todo ello, cuando la experiencia de miedo termina, sentiremos el haber superado una situación real. Es esa sensación de habernos enfrentado a algo y haberlo superado la que hace que nos sintamos bien. Estamos aliviados/as e incluso eufóricos/as, lo que nos causa un gran placer. Eso es lo que nos gusta de la experiencia. Estamos tan activados fisiológicamente que cualquier emoción posterior se intensificará. Así que lo que realmente te gusta no es el miedo en sí, sino pasarlo. Es decir, lo que viene después.
Imágenes de “The Shining” (Stanley Kubrick, 1980)
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