Visualiza tu éxito. Encuentra la mejor versión de tí. Confía en tu voz interior. No te conformes. Si quieres conseguirlo, vas a hacerlo. Sal de tu zona de confort. Piensa en positivo. Sigue tus sueños. Vive el momento.
La industria de la autoayuda nos anima a un único objetivo: LA FELICIDAD. Nos insta a conocer el camino y nos guía en la tarea de cómo conseguirlo. Se nos dice que puede llegar a ser complicado (nunca imposible) pero a su vez, el simple hecho de caminar por ese camino ya debe ser placentero.
¿Cómo se justifica este éxito creciente? El psicólogo Carlos Sanz Andrea tiene una idea clara: “El reclamo es imperecedero, funciona y funcionará porque promete soluciones fáciles y cómodas para problemas que, por lo general, son complejos y requieren esfuerzo. Su nicho de mercado se dirige a cubrir el deseo humano universal de encontrar respuestas absolutas, una tendencia que viene favorecida por la cultura de la inmediatez y por nuestro propio funcionamiento cerebral. Tendemos a construir explicaciones generales y rápidas, de las que podamos valernos para seguir adelante, ahorrar procesamiento y garantizar nuestra supervivencia”.
Juan Carlos Siurana autor de “Felicidad a golpe de autoayuda”, añade algo más: “El autor intenta establecer una relación de amistad con la persona que lee su libro, hablándole en segunda persona y con un lenguaje sencillo. Cuenta anécdotas, promete un cambio espectacular y muestra los poderes que puedes conseguir o las necesidades que puedes cubrir”.
El libro que comenzó este género fue el de Samuel Smiles data del año 1859 y fue titulado como “Autoayuda”. Su idea central era: “Pensar que somos capaces es casi lo mismo que serlo”. Fue un best seller de su época. Desde entonces son miles los libros que han repetido esa idea. Este mensaje no tiene base científica de ningún tipo.
Para entender el fenómeno hemos de partir de la base de que la búsqueda de la felicidad es rentable. Se ha convertido en un importante sector económico. Los libros de autoayuda y de crecimiento personal figuran en las listas de los más vendidos. Podemos encontrar muchos títulos, pero siempre un mismo fundamento de base: “Si quieres algo, todo el universo conspira para que realices tu deseo” (si, al menos para Paulo Coelho, con El alquimista ha vendido más de 65 millones de libros).
Esto sólo es la punta del iceberg, en su libro “La industria de la felicidad” el sociólogo William Davies nos explica como se usan las tecnologías para medir nuestro estado de ánimo, los algoritmos para analizar emociones se ponen al servicio de los intereses económicos y políticos. Nuestro estado emocional es una mercancía más comercializada con distintos envoltorios (que van desde los libros de autoayuda pasando por apps, coaches, oradores motivacionales, etc).
Además, la felicidad se transforma en artículo de venta de otra manera ,ya que se imprime en libretas, mochilas, paraguas, tazas o cualquier otro objeto de uso cotidiano (un dato: la empresa catalana Mister Wonderful factura 30 millones al año).
Es importante asumir que el ser humano no está diseñado para ser feliz y mucho menos en los tiempos en que vivimos. Con este tipo de literatura se fomenta una autoestima que mal entendida puede potenciar el narcisismo. Estos libros están muy enfocados a lo que las personas pueden lograr individualmente, y así fomentan la competitividad y la búsqueda del éxito personal.
¿Mirar hacia tu interior? Es otro error, sobre todo si lo hacemos a pies juntillas. Muchas veces podemos aprender de otras personas y necesitamos mirar afuera y más allá de nuestras relaciones y compromisos. Además, nuestros sentimientos no son una guía confiable para las preguntas éticas y existenciales en nuestras vidas.
Si no hay un cambio social y colectivo real, si no cambiamos la sociedad, podemos cambiar nosotros/as, esa parece ser la idea. Pero es un recurso desesperado. El progreso de la sociedad siempre ha venido de acciones políticas y sociales colectivas. No de individuos que trabajan en sus propias vidas y que se “conectan con sus sentimientos interiores”, o algo parecido.
El tipo de axiomas que se nos ofrecen crea adultos infantiles que sienten la imperiosa necesidad de seguir sus sentimientos sin importar las consecuencias. Personas frustradas porque ese crecimiento personal, que debería tener un límite, se volvió un proyecto de nunca acabar.
Frases como “tú puedes” no hacen más que generar el efecto contrario, ya que debilitan el estado de ánimo y aumentan la percepción negativa de uno mismo.
Se nos enseña que todos los problemas del individuo pueden solucionarse al seguir unos simples pasos. Y cuando fallamos, sentimos que nosotros/as somos los/as únicos culpables. No hay crítica social. No se mira más allá de nuestro ombligo. Así, “el pensamiento positivo” y la idea de “autoayuda” parten de la peligrosa premisa de que tú eres el único responsable de tu condición y que, en cierta manera, todo lo que te ocurre o te deja de ocurrir es únicamente tu culpa.
Así surge lo que se ha empezado a llamar como la dictadura de la felicidad.
Dividimos las emociones en positivas y negativas. Intentamos escapar de estas ultimas sin filtro. Es importante recordar que todas las emociones son positivas ya que todas cumplen una importante función en cada ser humano (el miedo es positivo porque me pone a salvo de un peligro sin embargo no es placentero y curiosamente ahí radica su poder). Así las emociones displacenteras (pero necesarias) como la tristeza, el aburrimiento o el enfado, que pueden ser coherentes, útiles, informativas y legítimas, se sustituyen por una fachada de mantras para acallar el malestar y atraer esos presuntos resultados positivos milagrosos.
Son cada vez más, los y las profesionales que se muestran escépticos/as con este tipo de ideas. Muchos/as han hablado del problema que suponen estos mensajes para, por ejemplo, empujar a las personas hacia determinados estándares de consumo y productividad. Otros, sin embargo,han destacado el daño que pueden causar a individuos en situaciones especialmente vulnerables.
“El pensamiento positivo te desempodera como persona”, sentencia la bióloga y periodista Barbara Ehrenreich en su “Sonríe o muere”, un libro que escribió tras enfrentarse a un cáncer de mama bajo la presión de su entorno para mantenerse perennemente feliz y positiva pese a las circunstancias. “Es cruel decirle a una persona que está teniendo un mal momento que sonría y deje de quejarse”, argumenta la autora. Y es en circunstancias donde el ‘pensamiento positivo’ puede convertirse en un arma de doble filo.
“Cuando alguien recibe un mal diagnóstico, por ejemplo de cáncer, es muy habitual que su entorno le insista en la importancia de mantenerse positivo. Esto, para una paciente, puede resultar devastador”, añade Siurana. En estas situaciones, según explica el experto en ética, forzar a alguien a (aparentar) ser feliz a toda costa puede llevar al enfermo a aislarse de su entorno en los momentos de debilidad por miedo a que se le reproche su tristeza, preocupación o ansiedad. “Hay que dejar muy claro que ni las sonrisas curan, ni estar feliz es un tratamiento para una enfermedad”, argumenta. “Cada emoción tiene su función y hay momentos en los que, lo quieras o no, necesitas estar triste. Es antinatural que te presionen para ser feliz siempre, las 24 horas de los 365 días del año”, concluye.
Tomar los consejos que se nos ofrecen desde este tipo de literatura al pie de la letra podría conducir a una personalidad antisocial. Se crea una religión del yo en la que cada individuo es el centro del universo: Se da la idea de que todas las respuestas están en su interior, pero eso es absurdo. En un ambiente de depresión económica la culpa de que alguien no encuentre trabajo no es solo suya. Pero con este tipo de mensajes se privatizan o individualizan los problemas sociales.
Confiar ciegamente en los eslóganes motivacionales puede incluso iniciar un círculo autodestructivo. “El mensaje que se transmiten es que hagas lo que hagas no es suficiente. Que siempre tienes que seguir esforzándote para rendir más y más. Todo esto puede llevar a una persona hacia una nivel de exigencia y perfeccionismo extremadamente dañino”, argumenta el psicólogo Daniel Palacino. “Si alguien siente que jamás logra estar a la altura de las expectativas, puede incluso caer en un profundo proceso de frustración y culpa. Esto, en los casos más graves, puede desembocar en trastornos de ansiedad o de alimentación“, añade.
En ocasiones, según explica Palacino, que las premisas del pensamiento positivo y los libros de autoayuda intentan plantearse como una alternativa a la terapia real. Y es aquí donde, una vez más, el paciente puede encontrarse en una situación vulnerable. “Si alguien está pasando por un mal momento y cree que necesita ayuda psicológica lo que debería hacer es ir a un/a psicólogo cualificado/a, no confiar en mantras y frases motivaciones vacías, de las que incluso puedes encontrar impresas en una taza”, reflexiona. “El problema está en creer que con tan solo seguir estas enseñanzas simplonas todo va a ir bien”, matiza el psicólogo.
Al fin y al cabo, si ayudaran tanto como pregonan, no habría tanta gente infeliz (otro dato: Estados Unidos es el país donde se leen más libros de autoayuda y es también el país donde se venden más antidepresivos). Si una persona tiene un problema psicológico, entonces estos libros nunca pueden reemplazar la atención que le ofrecerá un profesional.
El psicólogo o la psicóloga tiene la posibilidad de conocer personalmente a su paciente y ofrecerle orientaciones personalizadas. Los libros se escriben para un público general y las recetas generales no siempre sirven para las personas individuales. Cada persona tiene sus heridas y, a menudo, necesitamos cosas distintas. Aunque nuestro objetivo final sea la felicidad o lograr cierto estado de bienestar, eso no implica que tengamos orígenes y/o caminos vitales similares.
A modo de resumen, la actitud positiva es una condición necesaria, pero no suficiente. Siurana hace una reflexión final: “No está mal pensar que podemos conseguir aquello que nos proponemos, pero no veo prudente que una persona ponga su vida en manos de un best seller”. El crítico canadiense Will Ferguson lo remata con una frase en su libro Felicidad MR (Marca Registrada): “Si los libros de autoayuda sirvieran, se habría escrito uno solo”