¿Alguna vez te has sentido incapaz de hacer algo para cambiar las circunstancias que te rodean? ¿Por qué a veces no reaccionas ante situaciones que te producen dolor o son incómodas?
El fenómeno de la indefensión aprendida, un término psicológico que acuñó Martin Seligman, y que tiene que ver con “una tendencia del sujeto a comportarse pasivamente ante la sensación de que no puede hacer nada por evitar lo que pasa a su alrededor (un problema, situación o estímulo desagradable)”.
Esta sensación se da a pesar de que sí existan oportunidades reales de cambiar la situación aversiva. Normalmente esto es debido a experiencias previas en las que no se pudo controlar o actuar sobre la situación, entonces se “aprende” que no puede hacerse nada, y aunque en el futuro la situación o condiciones cambien, y sí haya oportunidades de actuar, o tengamos capacidad para intervenir o cambiar las cosas, nuestra creencia de no poder hacer nada nos mantiene inmóviles.
Así que cuando las circunstancias de tu vida constantemente cambian sin que tengas la percepción de que tienes el control, puede haber una respuesta de indefensión que conlleva sensación de impotencia que lleva a la no actuación, a una idea de que hagas lo que hagas, da igual.
Suele darse cuando las circunstancias de nuestro entorno nos enseñan a que es mejor actuar con sumisión o de manera pasiva porque reaccionar de otra manera a la adversidad posiblemente nos traiga más fatiga o dolor que resultados positivos.
Esta sensación de incertidumbre e indefensión a largo plazo produce un sujeto muy influenciable y manipulable debido al bloqueo emocional y la frustración.
¿Cómo superar esta Indefensión Aprendida?
La indefensión adquirida es un comportamiento aprendido y como tal puede ser modificado, por lo tanto debemos desaprender lo aprendido.
¿Cómo? Basicamente poniéndonos a prueba, valorando de forma objetiva nuestras capacidades, centrándonos en qué podemos hacer para resolver una situación y finalmente intentarlo.
Este tipo de desaprendizaje requiere cierto esfuerzo. Los seres humanos estamos muy condicionados por nuestras creencias y dinámicas de pensamiento. Por ello, lo fundamental es detectar y analizar nuestro diálogo interno (cuáles son nuestras creencias, juicios, nuestra forma de hablarnos) y evaluar de forma objetiva cuáles de estos pensamientos nos están inmovilizando. (Por ejemplo podemos intentar “verlo desde fuera”, si un amigo o amiga me transmitiera estas creencias, ¿qué le aconsejaría?).
Si lo hacemos así, poco a poco podremos recuperar nuestra propia autoestima y tomar control de las situaciones difíciles de la vida.