Discutir: ¿Sabes hacerlo? Seguro que contestarás que si. Pero piénsalo durante un momento. Muchas veces confundimos discutir con pelear. Si te acabas de dar cuenta de que quizás ante la pregunta anterior ya no darías un sí tan rotundo, puede que te venga bien seguir leyendo.
Seguro que alguna vez te has preguntado por qué solemos tirar tan fácilmente de reproches o descalificaciones con una persona a la que queremos. Ante un desacuerdo, la mayoría de las personas no escuchan ni se centran en buscar una solución. Tendemos a buscar el tener la razón a toda costa para arrojar todas las culpas sobre el otro o la otra. Este es normalmente el problema que convierte las discusiones en duros enfrentamientos.
Las peleas de pareja suelen guardar una relación con la lucha de poder. Es por ello que en el punto álgido de una discusión no se aceptan las disculpas. Lo que se pretende del otro o la otra es que ceda terreno a nuestro propio favor, que haga concesiones, que acepte errores o que se comprometa a cambiar la correlación de fuerzas. La discusión de pareja la gana quien desarma al contricante y muchas veces esto depende de quien argumente mejor o conozca los puntos débiles de su pareja (eso que solemos llamar como “atacar donde más duele”). Pero en realidad no hay ganador/a alguno/a, sólo se aplaza la resolución del problema (cuando no se agranda, debido al resentimiento que acompaña al intercambio de las malas palabras que acabamos de tener)
Aunque luego haya arrepentimientos e intentemos recular, las heridas abiertas con cada discusión en la que las emociones se han descontrolado, pueden tardar en cicatrizar o incluso provocar una ruptura. Esto es así tanto si nos referimos a una pareja, a familiares, a amistades e incluso con las personas con las que nos relacionamos laboralmente.
Cuando hablamos de violencia en las relaciones humanas tendemos a restringirla a las agresiones físicas y a las verbales. Sin embargo hay otro tipo de violencia que no emplea la fuerza física ni los insultos o descalificaciones. Es una forma de agresión que no acostumbra a reconocerse como tal y sin embargo puede tener un terrible efecto en quien la sufre. Me refiero al silencio punitivo. Cuando un conflicto no ha llegado a resolverse y la parte que cree tener razón castiga a la otra con el silencio, por mucho que esta última intente dialogar, el daño psicológico es igual o peor que recibir una tormenta de gritos. No hay forma de defenderse de los sentimientos de culpa y desprecio que se generan.
En gran cantidad de ocasiones, lo que impide que una discusión se convierta en algo positivo no son los conflictos del pasado ni tampoco eso que llamamos diferencias insalvables, sino que suelen ser las ideas preconcebidas que tenemos, la interpretación que hacemos de la situación y la lectura que le damos a los actos del otro/a.
Cuando esto pasa puede que nos cerremos en banda y así será imposible resolver el conflicto que se ha generado. Ante la rigidez mental tanto propia como de nuestro/a interlocutor/a estaría muy bien el hacernos la siguientes preguntas para coger un poco de perspectiva: ¿Estoy siendo objetivo/a? ¿qué datos hay a favor de lo que estoy pensando? ¿y en contra? ¿Puede que esté dejándome llevar por mis emociones o mi frustración? ¿Es tan terrible lo que ha pasado?
Después de hacerte estas preguntas seguramente estarás ya preparado/a para no enzarzarte en una discusión que no acabe en una pelea sin fin y que además no te llevará a ninguna parte. Te ofrezco unos consejos:
Decálogo para conseguir que una discusión sea fructífera:
- Señala lo que está mal o te ha herido en vez de descalificar a la persona.
- Escucha en vez de interrumpir.
- Pide eso que te gustaría en vez de exigirlo.
- Respeta la opinión del otro/a en vez de ironizar sobre ella.
- Pregúntale que le ha motivado a actuar así en vez de interpretar a tu manera sus acciones.
- Acepta tus propios errores en vez de centrar tu discurso en los de tu pareja.
- No seas absolutista, reconoce las cosas que tu interlocutor/a hace bien en vez de centrarte en sus equivocaciones (tanto presentes como pasadas).
- Céntrate en el conflicto actual en vez de sacar a relucir trapos sucios del pasado, no abras más frentes.
- Guárdate aquello que puede herir en vez de utilizarlo como arma arrojadiza.
- Habla en vez de gritar.
Pocas veces discutimos para entender al otro/a y acercar posiciones. Si nos ceñimos a estas reglas, con toda seguridad la discusión terminará y nos encontraremos mejor que al empezarla. Hazte consciente que la furia sólo empeora las cosas, es como una trampa de la que es díficil escapar pero si logras sortearla romperás el círculo vicioso. Enfadarse señala que existe un problema, pero manifestarlo no lo soluciona.
Como ya dije, una discusión no siempre tiene que ser una cuestión negativa. Es más, es necesario el intercambio de opiniones, y lo importante es hacerlo con respeto y de una manera que no resulte perjudicial para alguno/a de los/as dos.
Fantástico inteligente, a tenerlo bien presente y ponerlo en practica