Muchas veces, ante acontecimientos dolorosos, las personas utilizamos una serie de estrategias cognitivas para mantener a salvo nuestro funcionamiento normal en el día a día. En psicología nos referimos a estas estrategias como mecanismos de defensa o estrategias de afrontamiento. Están constituidos por operaciones mentales que carecen de razonamiento y que permiten minimizar los efectos de una situación que nos causa malestar emocional, estrés, ansiedad o frustración.
La defensa existe para proteger lo que creemos ser (ya que sin esto no seríamos nada) aunque muchas de estas creencias estén obsoletas o sean falsas. Dicho así puede parecer que el defendernos sea malo, sin embargo esto dependerá de cómo y en que medida se utilice.
Nos podemos defender de muchas formas:
-Mediante la evitación física: algunas veces para preservarnos ante posibles situaciones de amenaza o elementos imprevisibles, creamos un medio totalmente previsible (lo que se entiende como una rutina).
-Podemos utilizar también la evitación corporal: por ejemplo suprimiendo las manifestaciones más físicas de una emoción (lo cual nos puede llevar a la manifestación de problemas psicosomáticos debido a que las emociones de alguna manera necesitan ser expresadas).
-Con la utilización de anestésicos: la química (tanto legal como ilegal) no deja que escuchemos lo que nuestro cuerpo o nuestra mente nos quiere decir.
-Podemos también usar la evitación psicológica y ésta puede ser usada de diferentes formas: negándonos emociones o acontecimientos de forma total o parcial (sobre todo del pasado); distorsionando sentimientos que nos aislan emocionalmente para evitar el sufrimiento; culpabilizando a los demás (así no estoy tan a disgusto conmigo mismo/a); distrayéndonos (el mantenernos ocupados/as hace que desplacemos el malestar que nos pueda generar determinada emoción); racionalizando a través de una constante necesidad de “por qués” y “cómos” para poder llenar huecos dolorosos con contenidos más inofensivos y que otras voces más amenazadoras no se lleguen a oir.
¿Cómo abandonar estos mecanismos de defensa?
Como ya he comentado, la defensa no tiene porque ser ni mucho menos algo negativo. Sin embargo cuando la utilizamos para no afrontar vivencias que deben ser experimentadas (como un duelo o una ruptura de pareja) lo único que hace es bloquearnos o estancarnos y que obviamente el malestar continue ahí.
Las experiencias emocionales que tendemos a evitar son aquellas que nos hacen sentirnos emocionalmente vulnerables, sin control, incoherentes, inseguros/as e incompetentes.
Por lo tanto debemos dejar de evitar o esconder para poder encajar esas emociones que se están manifestando. Para ello tendremos que aprender a sufrir, a aumentar la tolerancia al sufrimiento, a sentir ansiedad, miedo, confusión e inseguridad. Sentirse mal no es agradable pero es útil ya que en muchas ocasiones la mayor parte del sufrimiento se debe al esfuerzo que realizamos para resistirnos al sufrimiento inicial.
Cuando tenemos sentimientos desagradables podemos pensar que la solución está en hacerlos desaparecer. Sin embargo abrirse a la experiencia, observarla y ser consciente de ella nos proporciona un valiosísimo aprendizaje.
Conseguir esto no es tarea fácil porque si nuestra teoría dice que “X emoción” es una amenaza para nuestra integridad emocional, entonces “X emoción” se convertirá en una amenaza real hasta que tenga la experiencia y descubra que no lo es.
En la mayoría de las ocasiones, salir de la concha que nos protege y poner a prueba nuestras creencias (esas que bloquean el aprendizaje) hará que nos desarrollemos personalmente. Esto no quiere decir que vayamos a ser cada vez más inmunes a las emociones sino que nos será más facil pasar A TRAVÉS de ellas cuando sea inevitable. Entonces ¿Resistir o rendirse? A la larga siempre va a ser menos doloroso rendirse, porque las emociones van a estar ahí de una forma u otra mientras nos resistamos a ellas.