Necesito ayuda. Estas son dos palabras que durante nuestra infacia verbalizamos constantemente. A medida que vamos creciendo, el utilizarlas cada vez se nos hace más difícil. Para algunos/as incluso puede implicar un enorme esfuerzo emocional, hasta para solicitar las cosas más pequeñas.
Cuando estamos en nuestra etapa adulta se sobreentiende a nivel social que hemos de ser resolutivos/as emocionalmente, independientes de los demás y que hemos de poder solucionar los problemas cotidianos con nuestros propios recursos. Por ello, pedir ayuda implica de forma velada, o quizás no tanto, que hemos fallado a los ojos de quien nos mire, que no somos lo que se espera que seamos: no lo suficientemente fuerte, o inteligente, o con buenos recursos, o competente, o eficiente, o capaz, o… (un largo etcétera).
Estas ideas se graban a fuego en nuestros esquemas mentales de “cómo deberían ser las cosas”: no deberías necesitar a nadie para poder enfrentarte al mundo y a los retos que éste te pone delante cada día. Este presupueso lo llevamos tan profundamente implantado que ni siquiera nos lo cuestionamos. Si lo hicieramos nos daríamos cuenta que ésto no solo no tiene sentido, sino que además muchas veces nos impide seguir creciendo como personas.
Así un buen día, sentimos que no podemos solos/as pero tampoco somos capaces de pedir ayuda: tenemos miedo a ser juzgados/as por los demás, incluso rechazados/as. Sin embargo, al no pedir ayuda nos ponemos en una situación en la que gastamos una gran cantidad de recursos, que si no se trasforman en un resultado efectivo, pueden llevarnos a generar un enorme sentimiento de frustración e insatisfacción, con todo lo que ello conlleva: baja autoestima, ansiedad, tristeza, enfado, etc.
Pensamos que el acto de pedir ayuda a otra persona implica decepcionar o reconocer una carencia en nosotros/as mismos/as, una debilidad, incluso una equivocación o un fallo. Sin embargo, pedir ayuda no es un fracaso personal ni una derrota, tampoco es una claudicación o un síntoma de comodidad. Al contrario, reconocer nuestra incapacidad es un acto de valentía (hacia mí) y confianza (hacia el otro/a).
Pedir ayuda implica el saber reconocer nuestros límites pero también el estar dispuestos a sobrepasarlos con la ayuda de otra persona en la que nos arriesgamos a depositar nuestra confianza. Ello no implica que se cree una deuda que haya que pagar en un futuro. Si pensamos esto, sería nuestro viejo esquema mental el que habla, ese tan instaurado y tan incompetente. Más que una deuda futura podríamos hablar de un pago inmediato que fortalece y consolida nuestra relación con la otra persona de forma bidireccional. No hay nada como una situación difícil para reafirmar los lazos afectivos: Un “gracias por ayudarme” se convierte inmediatamente en la otra persona en un “gracias por confiar en mi”. Sólo hay ganancias emocionales. Ahora sabemos que en este momento estamos ahí. Yo para tí y tú para mi.