Lamentablemente hoy en día es muy común la tendencia de mirar hacia nuestras propias vidas desde las carencias que continuamente percibimos, tanto en nosotros/as mismos/as como en nuestro alrededor: “no tengo”, “me falta”, “carezco de”, nos repetimos una y otra vez en mantra. Observar quienes somos desde este ángulo (o más bien quienes no somos) hace que vivamos en un estado mental de insatisfacción crónica.
La sociedad de consumo actual no nos lo pone fácil para que sea de otra forma. La publicidad nos promete LA FELICIDAD, y ésta es definida siempre desde la carencia, la escasez, la falta o la ausencia.
“Tus hijos no sonríen todo el tiempo, compra estas galletas de chocolate, te querrán más, serás feliz”, “tu cuerpo no es el ideal, compra estos yogures bajos en grasas, estarás más delgado/a, serás feliz”, “no tienes el suficiente dinero, pide un préstamo, podrás hacer más cosas, serás feliz”…y así hasta el infinito.
Nos bombardean continuamente con mensajes que nos insinúan esas carencias. Nos muestran lo que nos falta, incluso antes de que nos cuestionemos esa ausencia, y nos lo ofrecen en un envoltorio de ficticia felicidad. Envoltorio nada más, dentro, un nuevo vacío: cuando estamos aun aprendiendo a manejar el móvil último modelo que acabamos de comprar ya se está anunciando la salida al mercado de la siguiente versión, mejorada, haciendo por lo tanto que se pierda todo el valor del que ya tenemos y que de alguna manera nos prometía una vida más fácil, más cómoda, más plena, más feliz. De pronto, nuestro teléfono ya no es el mejor, simplemente es un simulacro de lo que será la verdadera felicidad, ya que el mejor ni siquiera existe todavía.
Pero al final, ¿quién consume a quién? El consumismo nos rodea, nos fagocita y a su vez acaba por consumirnos puesto que siempre nos va a faltar algo.
Estamos demasiado acostumbrados/as a proyectarnos en el futuro sin dedicarnos un momento para disfrutar de lo que poseemos, y lo que es peor aún, debido al peso que atribuimos a esas carencias, la mayoría de las veces no somos ni siquiera conscientes de las cosas que ya tenemos o los logros que hemos alcanzado.
Vamos quemando meta tras meta sin pararnos a disfrutar de eso que tanto nos costó, independientemente de que sea algo material o no. Tenemos la profunda creencia de que debemos conseguir algo más para sentirnos felices: “cuando acabe la carrera” pensamos al aprobar un examen, “cuando tenga pareja” pensamos al romper con la anterior, “cuando ascienda en el trabajo” pensamos al conseguir un puesto nuevo, “cuando compre una casa”, “cuando tenga un hijo”, “cuando cambie de coche”, “cuando vaya al gimnasio”…y cuando llega ese esperado momento por supuesto la ansiada felicidad no ha llegado. Sí, es cierto que puede haber cierta satisfacción momentánea en el logro, pero ésta desaparece pronto, demasiado, puesto que vivimos tan pendientes de todo lo que nos falta que somos incapaces de ver todo aquello que hemos logrado. Siempre queremos más y además debe ser aquí y ahora, sin ninguna capacidad de conjugar el verbo renunciar en primera persona, porque llevamos grabado a fuego que renunciar a algo es incompatible con la felicidad.
¿Qué pasaría si un día nos diésemos cuenta al despertarnos que quizás esa palabra, la más ansiada por el ser humano, LA FELICIDAD, no reside en esencia tanto en hacer muescas de las cosas que hemos conseguido u objetivos que hemos logrado sino en permitirnos sentir la satisfacción de lo que ya hemos obtenido?
¿Qué pasaría si una mañana descubriéramos que la felicidad no es algo tangible sino que en realidad es un estado mental independientemente de los acontecimientos que nos rodean? ¿Qué pasaría si un día consiguiéramos encontrar el tenso equilibrio entre conformarnos con lo que tenemos (mientras lo disfrutamos) y nuestras aspiraciones a mejorar las condiciones de la vida que nos ha tocado vivir?.
“No es necesario todo para hacer un mundo,
es necesaria la felicidad y nada más.” Paul Eluard